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LA LIBERTAD DE ARRIESGAR

En el año 2021 tomamos la decisión de arrancar este proyecto que hoy afronta su fase más difícil. Esta es nuestra historia.

El Covid nos había trastocado los planes como a tantos otros de vosotros. En nuestro caso, un enresevado viaje con billete de ida y vuelta a España para dar a luz a nuestro último hijo acabaría resultando, por cuestiones de salud, en una cancelación del billete de vuelta. Tocó deshacer las maletas, venderlo todo en el extranjero a marcha veloz y empezar de cero en España, después de casi ya diez años afincados —y muy contentos, valga mencionar—, en el extranjero.

Tras aclimatarnos al nuevo contexto (casa, colegios, amigos, etc.), mi mujer y yo sacamos la calculadora. Valoramos nuestra situación financiera, ponderando el paso que debíamos dar, rescatando proyectos del baúl de las causas perdidas, hasta que desempolvamos el que se convertiría en el centro de nuestras vidas en los años venideros: Magistri.

Era una decisión arriesgada, por lo incierto del momento y la inexperiencia en la creación de empresas, pero sobre todo por la obscena y cuantiosa necesidad financiera que el proyecto requeriría a medio plazo. Sin amedrentarnos demasiado ni regocijarnos en nuestra pequeñez, nos lanzamos a ello. Teníamos claro que no habíamos nacido para buscar la seguridad del funcionario que, diligentemente y de manera profesional —bien está reconocerlo—, ficha todos los días de 8am a 5pm, con el objetivo de poder asegurar un techo, comida, salir con los amigos y vacaciones en verano, entre otras cosas. Frente a la estabilidad del estanque, nosotros siempre preferimos el vértigo masoquista de la montaña rusa.

Nuestra vida fue, es y será un fiel reflejo de lo contrario. Sabíamos que el invento nos podría salir bien. Pero también nos podría ir mal. Y aunque, con la inestimable ayuda de gente cercana y un equipo humano formidable, hemos conseguido llegar al tercer año de vida desde la concepción de la idea (el segundo como empresa legal), la realidad es que ahora mismo nos encontramos en el conocido como “valle de la muerte”, del que algunos salen reforzados, los menos, y otros, los más, ya no vuelven, perdidos en las aguas del Aqueronte.

No es ningún secreto que a todos nos pegaron una buena bofetá en 2020. Aprendimos mucho. Por lo que a nuestro proyecto concierne, vimos cómo el paradigma educativo post-covid nunca sería el mismo. “El asunto digital” se volvía inexorable. A eso, nosotros quisimos añadirle valor por medio de lo que mejor sabíamos hacer: cine y educación, por medio de una exigente preparación pedagógica y estética que resultase en piezas audiovisuales educativas únicas, capaz de permanecer enlatadas en el tiempo para utilidad de esta y generaciones venideras.

 

No sabíamos prácticamente nada de ventas, técnicas de marketing, desarrollo de negocio, creación de equipos, asuntos legales, contables, o mercantiles… pero nos encantaba tanto nuestro proyecto que no supimos ver la dificultad, sino solo la oportunidad de aprender, si acaso, todavía más. Eso sí que fue un viaje. Durante este tiempo hemos creado un proyecto de cero, con un “producto” audiovisual realizado con una eminencia del mundo de la arquitectura del que nos sentimos muy orgullosos, trabajando durante todo un año en el proyecto piloto de lo que queríamos desarrollar a gran escala, siendo eso lo que, realísticamente, nos podíamos permitir con los recursos que teníamos.

Y si bien el proceso fue gratificante, lo mejor sin duda fue recibir las buenas críticas de nuestros estudiantes de todo el mundo a los que nuestro concepto les había calado. Al leerlas, nos emocionábamos y recibíamos chutes de energía para continuar. Al contrario de lo que nos aconsejaban inversores y gurús empresariales (“producid mucho, rápido, y con una calidad suficiente, mediocre si hace falta”), nosotros nos empeñamos en hacer poco y bueno, con la confianza de que lo que se cocina a fuego lento sabe mejor. No supimos o no quisimos entrar en ese juego. ¿Fue esa nuestra condena?

Tras recorrernos, literalmente, media España y parte de Hispanoamérica para buscar la inversión que el proyecto necesita, hoy, la situación de la empresa es crítica: nuestros recursos se han agotado y no podemos afrontar los costes que el proyecto requiere, nóminas incluidas. Y, a pesar de haber creado Magistri de la nada y tener un plan de ejecución claro, simple, transparente, con buenas relaciones con grandes socios estratégicos, sumado al invaluable aprendizaje de estos años, no hemos conseguido convencer a los inversores de que nuestro modelo no solo es beneficioso para la sociedad, sino que será rentable a medio plazo, con paciencia y buena letra.

Así que, aquí estamos, tres años después de tomar aquella decisión liberadora. ¿Qué quedó de aquella pareja que, dentro de la inestabilidad que supone ya de por sí una familia formada por dos profesionales del mundo del arte, tenía al fin y al cabo cierta estabilidad económica que era, reconozcámoslo, tranquilizadora para nuestras conciencias de padres? Hoy, después de innumerables batallas, algunas más visibles que otras, seguimos luchando por este concepto que, aunque pueda parecer haber llegado a su epílogo por la falta de liquidez, creemos que tiene oportunidades si continuamos remando con la resiliencia del marinero tenaz y tozudo que se empeña en no rendirse ante la tormenta, buscando la fórmula y la alternativa que nos ayude a contemplar una posible salida, sin por ello tener que comprometer nuestros ideales.

Si la historia acaba bien y el barco lega a puerto, creedme que nos acordaremos de este momento tan difícil que estamos pasando, con la exigente lucha diaria de no caer en la tentación de echar el cerrojo a lo que tanto tiempo nos costó crear (¡qué rápido se destruye a veces lo que con tanto sudor y esfuerzo se tardó en construir!). Y si el barco acaba por hundirse… ¡amigo!, entonces viviremos en nuestras carnes —de hecho, ya lo estamos haciendo en muchas facetas— las no tan sabrosas consecuencias de emprender y que no te salga el invento, sin esa seguridad vital antes mencionada, con un futuro incierto y la correspondiente inestabilidad económica que, a veces, como en nuestro caso se hizo manifiesto, trae otra emocional y psicológica, quizá más seria que la primera, y la que necesita verdadera atención.

Pero aquí hemos venido a crear país, economía, empleo, cultura y educación. La tarea no es liviana. Así que no lo duden: ¡mil veces antes arruinado y con los problemas que se avecinan, pero habiendo querido construir, antes que apalancados en la comodidad del desayuno con tostada y café a las diez, la siesta al llegar a casa, pasear al perro en el parque, gimnasio, TV y a dormir, que mañana otra vez lo mismo! Sí. El viaje ha merecido la pena. Apostamos por lo que creemos y, aunque toquen tiempos de vacas flacas, sabiendo que a medio plazo no podamos emprender de nuevo, el emprendimiento lo llevamos a cuestas cada día. Somos una especia rara, si quieren, caracterizada por el hecho de que no nos gusta irnos a la cama —ni morirnos, por extensión—, pensando, “ojalá lo hubiésemos intentado…” No. Nosotros podremos decir de manera asertiva aquello de: “como no sabíamos que era imposible, lo hicimos”.

Ese es nuestro sino, para bien y para mal: probamos la comida exótica sin saber muy bien a que iba a saber o cómo nos iba a sentar; visitamos lugares en los que seguridad no estaba garantizada, sin guía ni salvoconducto; mantuvimos la curiosidad por conocer gente nueva a pesar de la edad creciente, saliendo del confort del clásico grupo de amigos de toda la vida; intentamos cambiar las cosas cuando nos chocaban porque simplemente no están bien así; soñamos con soluciones a los problemas que veíamos a nuestro alrededor; y cuando, por fin un día, el fuego nos abrasaba tanto por dentro que se hacía insostenible, decidimos lanzamos, quizá de manera impulsiva, haciendo de las ideas, proyectos, y de estos, asociaciones y empresas, en algunos casos sin fines lucrativos, y en otros como un medio digno de ganarse la vida; cada uno según su vocación.

Y lo más importante, lo hicimos porque queríamos poder decir alto, claro y con orgullo que, como emprendedores, fuimos más libres.

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Gonzalo Guajardo

CEO & fundador de Magistri

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